lunes, 26 de diciembre de 2011

PUESTOS A SOÑAR

Me gustaría vivir en un país en el que poder tener la seguridad de saber que, aunque todo me vaya muy mal, aunque haya tomado las decisiones equivocadas, habrá un mínimo de subsistencia que tendré garantizado.  Por supuesto, que esta garantía no evitará que, con esfuerzo y suerte pueda prosperar e incluso despuntar.  Deseo no necesitar nunca recurrir a ese mínimo garantizado, pero, me gustaría transitar la vida  sabiendo que allí abajo hay una red de seguridad, basada en una “solidaridad entre ciudadanos”. 

Para que en ese país imaginario sean los que se esfuerzan los que prosperen y despunten necesito que exista un buen sistema educativo que premie el esfuerzo y del que salgan ciudadanos formados y con espíritu crítico.  Necesito que la sanidad esté garantizada para todos, que exista un sistema de pensiones que permita a los más mayores la subsistencia y que exista una cobertura social para determinadas circunstancias.  Por supuesto considero que, quien decida destinar parte de sus recursos a contratar servicios educativos, de salud o de previsión, podrá acabar recibiendo unos de mejor calidad que los garantizados para todos, la clave está en que, incluso los que no hayan previsto nada puedan tener su necesidad básica cubierta.

La cobertura de la dependencia en ese país imaginario sería universal para todos aquéllos que necesitasen de un apoyo intenso (gran dependencia).  Así, todos los ciudadanos sabrían que, llegado el momento en que necesitasen atenciones constantes para poder vivir, el sistema les ofrecería unos servicios profesionalizados en forma de residencias, centros de día, servicios de ayuda a domicilio y de apoyo a la persona .  En esos casos, se calcularía su capacidad económica de forma que se pudiese determinar hasta dónde debe llegar la solidaridad. Lo ideal en ese país imaginario sería que cada uno previese sus necesidades futuras y ahorrase o contratase seguros para cubrir esos riesgos.  Así, los que han sido previsores o lo que tuviesen más recursos podrían acabar recibiendo mejores servicios, pero nadie que estuviese en situación de gran dependencia se quedaría sin recibir una atención adecuada.

Regresando de esta ensoñación navideña al mundo real.  El país en el que vivo no es cómo a mí me gustaría, pero ahora que se ha visto que la Ley de Dependencia ha sido un fracaso y que, tal como está redactada es totalmente inaplicable, me gustaría que, como mínimo en este aspecto, se pudiera mejorar la cosa.

Como la vida es una sucesión de encrucijadas, me gustaría que el nuevo gobierno eligiese entre dos opciones:

1.Cambiar lo que hay manteniendo el espíritu de la actual Ley. 

Si tuviera que hacer esto la nueva norma
  •           Establecería la universalidad para los grandes dependientes.  La dependencia severa y la moderada se dejaría en el ámbito de los servicios sociales de cada comunidad autónoma sin afectación por parte de la Ley estatal.
  •           Aplicaría un catálogo de prestaciones en las que hubiese servicios (residencias, centros de día, ayuda a domicilio y apoyo personal) y prestaciones económicas vinculadas a la adquisición de bienes (ayudas técnicas) y servicios. Sobre la las prestaciones económicas para el cuidado en el entorno doméstico, crearía el criterio de excepcionalidad del que ha carecido la Ley limitándola a supuestos de grandes dependientes discapacitados que convivan con familiares. O sea, se excluiría del campo de atención a mayores y se concentraría en el ámbito de la discapacidad.
  •           Crearía un sistema de copago diferenciado para servicios sustitutorios del hogar (residencias) y el resto de servicios.  En las residencias, establecería el precio hotelero, de atención y sanitario.  En esta línea, para garantizar la equidad y la sostenibilidad, generaría un sistema de reconocimiento de deuda a aplicar a dependientes con determinado nivel de patrimonio que permitiese recuperar parte de lo gastado tras el fallecimiento del dependiente.
  •           Establecería un sistema multilateral de financiación sustituyendo el de los convenios, de forma que se fomentase la transparencia.

Alguien me dirá que lo que esta opción es un paso atrás respecto a lo que tenemos ahora.  Yo creo que no es así ya que “lo que tenemos ahora” es una mentira disfrazada de Ley.  Lo que tenemos no se aplica (y yo creo que ni se puede aplicar).

2.       2. Inventar algo radicalmente diferente

Aquí sí que habría campo por explorar.  Para empezar, podríamos  hartarnos de realidad y pensar que, si todas las comunidades tienen atribuida de forma exclusiva la competencia sobre servicios sociales, quizás la Ley de Dependencia debería limitarse a establecer unos principios muy generales y dejar que todo se regule y ejecute a nivel autonómico.

También podríamos pensar que la situación de dependencia más que un derecho es un riesgo que podría cubrirse con un seguro público/privado.  Entraríamos pues a regular una póliza que pagarían los ciudadanos que tuviesen recursos para hacerlo y que quedaría cubierta por la administración cuando las personas no pudieran.  Esta fórmula plantearían problemas, por supuesto, sobre todo para los que son dependientes ahora, pero sería interesante explorarla.

Sea como sea, algo habrá que pensar ya que lo que tenemos hace agua y sólo lo podremos mantener engañando.

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