martes, 17 de marzo de 2015

¿LAS RESIDENCIAS GERIÁTRICAS ATIENDEN A RESIDENTES O A PACIENTES?



Cuando empecé a trabajar como inspector de residencias en 1991, en todas las que visitaba encontraba a personas mayores con diferentes grados de dependencia. Entonces se hablaba de residencias de válidos y de asistidos debido a que había establecimientos enteros en los que los mayores habían ingresado por no tener un sitio adecuado donde vivir o por otro motivos no necesariamente relacionados con las necesidades de atención continuada.



Fueron pasando los años, y la mayoría de “hogares residencia” (las de válidos), se fueron reconvirtiendo en residencias asistidas. Las administraciones vieron como algunos de sus “mega-residencias de pensionistas”, pensadas en los años ochenta, se convertían en obsoletas al no poder afrontar arquitectónicamente las necesidades de unos mayores que, en muchos casos, utilizaban andadores o sillas de ruedas.



En los últimos años las cosas se han acelerado.



Por un lado, las normativas y aumento de calidad de la prestación del servicio, han hecho que los centros residenciales de mayores estén preparados para atender a personas con más necesidades de atención. Por otro (y en parte motivado por lo anterior), el precio que cobra una residencia por atender a una persona de edad, ha crecido por encima de lo que lo han hecho los salarios, con lo que, en la actualidad las familias esperan lo máximo posible antes de tomar la decisión de ingresar a un ser querido en un centro geriátrico para cuyo pago tendrán que asumir sacrificios.



Con ello llegamos a un momento como el actual en el que no resulta raro visitar una residencia en la que más de la mitad de los residentes sufran algún tipo de demencia y más de dos terceras partes tengan dificultades graves para realizar por sí mismos las actividades de la vida diaria.



Iba pensando en estas cosas el otro día, durante el V Congreso Internacional de Dependencia y Calidad de Vida al que tuve la ocasión de asistir en Madrid. Allí pude escuchar hablar por activa, pasiva y perifrástica, de la necesidad de “modelos integrados de atención”, de “coordinación e integración sociosanitaria”, de “historias compartidas” y otros conceptos que, en algunos casos, tienen plasmación en la realidad de algún programa piloto en una comunidad autónoma o país lejano y en otras, no son más que brillantes líneas y gráficos en un powerpoint.



Entre todas las exposiciones, una puso el dedo en la llaga de forma particularmente siginificativa. Se trató de la presentación del informe “Perfil sanitario de las personas ingresadas en centros residenciales”. Un análisis, realizado por Edady Vida, basado en los datos recogidos en 111 residencias, públicas, privadas y privadas/concertadas sobre un total de casi 15.000 residentes.



Resultados llamativos:



- El 76% de los nuevos ingresos tienen 3 o más diagnósticos activos (el 43% más de 5)

- El 66% consumen de forma asidua más 7 o más fármacos.

- Un 73% de los residentes padecen incontinencia urinaria.

- El 58% de los nuevos ingresos sufren riesgo de padecer úlceras por presión según una escala reconocida.



Hay muchos más datos que se pueden consultar en el informe.



Lo que me llama la atención es que, mientras los planificadores y políticos hablan de la necesidad de coordinar e integrar la atención social y sanitaria, la realidad nos indica que a falta de coordinación o integración lo que se está produciendo es un trasvase de personas mayores con grandes necesidades de atención hacia las residencias geriátricas de tipo social, sin que se les dé los recursos o se les facilite el acceso a la sanidad pública.



Es cierto que se están haciendo avances desiguales en diferentes comunidades autónomas, aún así, la sensación que tengo es que parece que los planificadores piensen que han de pensar “de cara a futuro” cuando es la realidad actual la que debieran intentar resolver.



En esa realidad no existe una única forma de obtener medicamentos, de derivar personas al hospital o de relacionarse con la atención primaria.



El informe, elaborado por Edad y Vida acaba con una serie de recomendaciones de las que éstas son sólo una muestra:



· Los centros residenciales, debidamente acreditados por Sanidad y Servicios Sociales deberían ser considerados centros de Atención Sociosanitaria o Atención intermedia y no sustitutos del hogar, tal como sucede actualmente.



· Debería proponerse un modelo de acreditación sanitario social para los servicios de atención a la cronicidad y a la dependencia por grados de dependencia, orientados a resultados y que garantice la excelencia y la mejora continua en la calidad de la atención (aquí, por supuesto proponen el modelo de acreditación que elaboró Edad y Vida en 2012)



· Así mismo, la financiación de la atención sociosanitaria prestada por los centros residenciales debería establecerse por cada Comunidad Autónoma dentro de los esquemas de su modelo de financiación, teniendo encuentra el peso de la prestación sanitaria y social que asumen los centros.



· En relación al modelo de atención farmacéutica en centros residenciales, la consideración de estos dispositivos como centros de atención sociosanitaria debería significar un cambio en el modelo de atención a los medicamentos y productos sanitarios y en el modelo de financiación (de nuevo Edad y Vida dirige a su propuesta de modelo de gestión de medicamentos en residencias asistidas).



· Además, deberían existir servicios de farmacia con farmacéutico responsable de la gestión de medicamentos y productos sanitarios en los centros residenciales con un elevado número de plazas. Ello contribuiría a la mejora del servicio prestado y permitiría un sensible ahorro económico.




Ahí queda la cosa. Lo cierto es que coincido totalmente con el diagnóstico del informe: las residencias atienden a personas que, en muchos casos son dependientes pero también “pacientes” y deberíamos encontrar la forma de acomodar esa situación con la realidad.



Sobre las propuestas concretas, me gustaría leer opiniones.


martes, 10 de marzo de 2015

SOBRE LA ATENCIÓN SANITARIA QUE SE PRESTA EN RESIDENCIAS GERIÁTRICAS

El reto de cómo integrar la atención sanitaria a las personas mayores que viven en residencias geriátricas es uno de los más difíciles de afrontar que se encuentran los gestores públicos.

Y no es así porque las personas de edad que viven en residencias no estén recibiendo atención sanitaria, sino porque, aunque el derecho a dicha atención es algo básico y común; en cada comunidad autónoma, e incluso en cada residencia, se afronta de forma diferente.

Todos tenemos claro que cuando una persona está ingresada en un hospital público su atención corresponde a la sanidad pública, y seguirá siendo así incluso si algún día se establece un copago.  De igual forma sabemos que una persona que reside en su domicilio, con independencia de su edad, tiene derecho a recibir atención sanitaria, acudiendo para ello al centro de salud o al hospital que le corresponda.  En algún caso recibirá una receta para que vaya a la farmacia que libremente decida, y previo pago de una cantidad reciba la medicación prescrita.

El problema surge cuando una persona mayor ingresa en una residencia geriátrica pública o privada.  En ese caso parece que entra en una especie de limbo sanitario.

En principio, una residencia es el domicilio de la persona por lo que, en su relación con la sanidad debería tener los mismos servicios que alguien que viva en su casa.  O sea, la sanidad pública debería encargarse de su atención sanitaria desde el centro de salud o mediante algún servicio de urgencia domiciliaria.  Debería dispenarle unas recetas y, éstas deberían ser llevadas a la oficina de farmacia.

En la práctica la situación es diferente y variopinta.

Dentro de las muchas modalidades que existen voy a describir una.

La residencia tiene contratado un médico que es quien atiende a los pacientes y les prescribe medicación.  Esa medicación se escribe en dos listas iguales.  Una se dirige al médico de cabecera de los residentes y otra a una farmacia del municipio que, aunque no tenga las recetas oficiales, entrega a la residencia los medicamentos.  Al cabo de unos días el médico de cabecera convierte la lista en recetas electrónicas que se tramitan a la farmacia con lo que se cierra el círculo.

Es cierto que durante unos días la farmacia a entregado medicamentos sin receta; es cierto que puede suceder que durante el proceso alguien muera con lo que el médico de cabecera habrá recetado un medicamento a un fallecido.  Es cierto que la práctica no es legal:  ¡pero funciona! 

Las residencias que funcionan así saben que si necesitan hoy un medicamento lo podrán tener.   Las farmacias saben que aunque están incumpliendo la ley al entregar medicamentos aparentemente sin receta y aunque la administración tardará bastante en pagarles, por lo menos tienen un cliente (la residencia) al que suelen poder facturar bastante.  El médico de cabecera, concentra su tiempo en los pacientes a los que ve y compagina esa labor asistencial con la de “escribiente” lo que parece no ser vivido como un problema.

Desde hace unos años y desde diferentes comunidades autónomas se están llevando a cabo intentos por racionalizar este proceso.

Existen residencias en las que es directamente la atención primaria sanitaria la que atiende a los residentes; comunidades autónomas que regulan a qué farmacias hay que llevar las recetas o que han creado equipos dentro de la atención primaria que “filtran” el proceso de recetas y las derivaciones a urgencias.

A simple vista parecería que estos experimentos y programas piloto hacen que la atención sea mejor.  La realidad es que, como en muchas ocasiones se establecen con la indisimulada intención de ahorrar dinero, lo que acaban consiguiendo es que el mayor que vive en una residencia acabe siendo discriminado.

Veamos algunos ejemplos: 

Si hablamos de uso de pañales.  En muchas comunidades se ha establecido un sistema de racionalización que hace que tanto el número máximo por día como la marca de los mismos vengan pre-determinados por la administración.  El número máximo y la elección de la marca varía si la persona mayor vive en una residencia o en su casa siendo inferior en el primer caso.

Si hablamos de material de cura, de las agujas y tiras de reactivos que se utiliza para medir el azúcar en sangre u otros.  Las residencias reciben un número preestablecido por cada residente que las precisa que es inferior al que recibe quien vive en su casa.

A estos ejemplos se puede añadir la tendencia que existe en los hospitales de dar el alta mucho antes a personas que saben viven en residencias geriátricas que a las que provienen de sus domicilios, aunque la necesidad de atención y tratamiento haría recomendable una permanencia más larga en el hospital.

Vivimos, pues, pendientes de que exista un sistema único y racional que permita a los residentes recibir la mejor atención y a las residencias saber que lo que están haciendo es totalmente legal y mantenible en el tiempo.

He querido escribir esto en el blog porque hace unas semanas estuve hablando con unos responables autonómicos en el campo sociosanitario y me sorprendió ver que desconocían algunos aspectos de esta realidad que describo.

Hoy mismo (10 de marzo de 2015) se está celebrando en Madrid se celebrará el Congreso Internacional Dependencia y Calidad de Vida que versa sobre el reto de la cronicidad.  Supongo que pocos de los distinguidos ponentes leerán mi blog pero, si lo hacen, estaría bien que fuesen conscientes de que esta realidad existe en las residencias geriátricas de Madrid y en las de toda España.


Acabo con un ruego:  a los directores de residencia, ¿podríais confirmar o desmentir lo que digo?

jueves, 5 de marzo de 2015

ABANDONAR A TUS ANCIANOS EN UNA RESIDENCIA ES PECADO MORTAL ¿ENTENDIDO?

No sé si cuando el colegio cardenalicio eligió como Santo Padre a Jorge Mario Bergoglio, desde entonces Francisco I, supo lo que supondría tener como Papa a alguien tan contaminado por la realidad de la vida como él.

Después de Benedicto XVI, un teólogo que parecía más cómodo en una biblioteca o escribiendo una encíclica que en las labores cotidianas del papado, nos llegó un hombre de acción, que ha visto y tocado las consecuencias de la desigualdad extrema, la corrupción y la injusticia.  Alguien que ha ejercido su ministerio en barrios pobres de Buenos Aires y a quien los pelos de la lengua se le cayeron hace años.

Esa vivencia le ha dado una personalidad y forma de comunicar magnética que atrae a personas que normalmente no sienten ningún interés por la iglesia ni por lo trascendente, pero también le ha convertido en un fenómeno mediático del que se esperan frases altisonantes y llamativas. Como muestra, este botón.


Hace unos meses el Papa ya dijo algo sobre residencias geriátricas como lugares de "eutanasia escondida" añadiendo que las residencias para adultos mayores tienen que ser "pulmones de humanidad" y "santuarios", no "prisiones" de ancianos "olvidados".  A mí me pareció entonces que más que referirse a las residencias de hoy el Papa debía estar pensando en el estereotipo del asilo antiguo y frío que muchos mantienen en la imaginación.

Como soy un convencido de que las residencias, vistas en su conjunto, ofrecen un servicio de calidad y muy necesario; contratan a miles de personas, y sirven para que los más dependientes puedan recibir unas atenciones que sólo con mucha dificultad pueden ser prestadas por familiares en el domicilio; las palabras del Santo Padre me parecieron desafortunadas.  Encontré una contradicción además en el hecho de que miles de residencias geriátricas en todo el mundo sean gestionadas por órdenes religiosas y el Papa dijese esas palabras.  A mi modo de ver, de nuevo en su conjunto, las residencias de monjas están prestando servicios de calidad a personas mayores necesitadas de atención.  No creo que la iglesia católica permitiese que instituciones dependientes de la misma gestionasen "prisiones de ancianos olvidados".  En fin, pensé, un resbalón verbal.

Pasado un tiempo y tras unas nuevas palabras polémicas, empiezo a pensar que el Papa debe tener algo contra las residencias.   El motivo es un texto difundido por el Vaticano, correspondiente a una catequesis sobre el trato de la sociedad a los ancianos, que aquí se podéis leer íntegramente (recomiendo hacerlo para evitar que pueda parecer que tergiverso o saco de contexto las palabras).

Yo recuerdo cuando visitaba asilos hablaba con cada uno y muchas veces escuché esto. ‘¿Cómo está usted?’ ‘Bien, bien’ ‘¿Y sus hijos, cuántos tiene? ‘Muchos, muchos’. ‘¿Vienen a visitarla?’ ‘Sí, sí, siempre, siempre, vienen’. ‘¿Cuándo vinieron la última vez?’ Y así, la anciana, recuerdo una especialmente, decía ‘en Navidad’. Estábamos en agosto. Ocho meses sin ser visitada por los hijos. Ocho meses abandonada. Esto se llama pecado mortal. ¿Entendido?


Sencillamente, no me gusta que el Santo Padre vincule el abandono de ancianos y las residencias geriátricas.

Hablar de abandono de ancianos como un pecado lo puedo encontrar dentro de la lógica cristiana, centrarse en las residencias no.

Quizás el hijo que no iba a ver a su madre pagaba de su bolsillo la residencia con gran sacrificio. Quizás habían tenido una mala relación durante toda la vida y el hecho de venir un día al año por Navidad era un progreso sobre la relación que tenían previa al ingreso.  Para mí, en la historia de esa mujer que cuando es preguntada ¿Cómo está? responde "bien, bien", nos faltan cosas. Hay tantos "quizás" posibles que me parece un poco simplista decir: Esto se llama pecado mortal. ¿Entendido? Lo siento, yo no lo he entendido.

Quienes trabajan en residencias saben lo difícil que resulta entrar en la relación familiar y lo peligroso que es buscar culpables y pecadores en una situación que se ha  generado a lo largo de la vida.   Aunque los más fácil es buscar un culpable y señalarlo con el dedo, la realidad es más compleja  y los profesionales lo saben.

Esta es otra parte del texto difundido:

Una vez cuando era pequeño, la abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que al comer se ensuciaba porque no podía llevar la cuchara a la boca con la sopa. Y el hijo, o sea el Papa de la familia,  había decidido separarlo de la mesa común. E hizo una mesa en la cocina donde no se veía para que comiera solo, y así, no quedaba mal cuando venían los amigos a comer o cenar. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo pequeño jugando con madera, el martillo, los clavos. Y hacía algo. Le dijo, ‘¿qué haces?’ ‘Hago una mesa papá’. ‘¿Una mesa, por qué?’ 'Para tenerla cuando te hagas anciano, y así puedes comer allí'. Los niños tienen más conciencia que nosotros.

¿Diría el Papa que ese nieto que prepara la mesa será un pecador cuando lo que ha visto de niño lo aplique de mayor?. ¿Como había tratado la abuela de la residencia que no recibía visitas a su madre en el pasado? ¿Influiría eso en el pecado mortal cometido por su hijo?  Creo que pueden ser discusiones teológicas pero que no nos ayudan si la preocupación es la atención a la tercera edad.

Tenemos que hablar mucho sobre el  cuidado a las personas mayores.  Estoy convencido de que seremos más productivos si no metemos al "pecado mortal" en un contexto tan complejo.

No digo en absoluto que el Papa se calle.  Estoy totalmente de acuerdo con que hable de la necesidad de respetar a los ancianos, de que la sociedad en su conjunto les debe su mera existencia y que las religiones organizadas tienen un papel a jugar.  Lo que no sé es si el dedo acusador ayudará a alcanzar la meta que se persigue.

Como yo no soy Papa y él sí, acepto que puedo estar equivocado. No tengo sus conocimientos ni su experiencia. Sin embargo,  como simple persona de a pié, cada vez me cuesta más ver en el hombre "de los puñetazos a quien ofende a su madre" y que condena al infierno (eso es el pecado mortal) a unos hijos por  no ir a visitar a su madre en la residencia, al representante de Jesús en la tierra. Veo más al San Pedro que saca la espada y corta la oreja al romano que venía a detener a Jesús.  Pero, ¿no acabo siendo San Pedro el primer Papa pocos días después del incidente?  Pues eso.